¿Qué es esto?

Este blog pretende recoger el día a día de un libro, lo que dicen de él, a dónde viaja, con quién, ...
Busca también tu complicidad, te cuenta para que tú le cuentes si te apetece, si lo ves necesario.

lunes, 2 de enero de 2017

Reseña de José Luis Abraham López en Voz y letra

VOZ Y LETRA, XXV-1/2. 2015

 ANTONIO AGUTIAR RODRÍGUEZ,

La noche del incendio, Madrid, Huerga & Fierro, 2015.

 Exigente y constante, notable y coherente es la obra que hasta la fecha ha forjado el poeta Antonio Aguilar Rodríguez y que, a pesar de ello, tiene la honestidad de saber madurar sus libros; esto es, no precipitarse ante los cantos de sirena tan habituales en la poesía actual. La noche del incendio es un libro tan bien pensado como construido. Cuarenta y tres poemas, divididos en tres partes más una atienda, con-forman en total el cuerpo de La noche del incendio. Levantado sobre el sentimiento de la ausencia y de la pérdida, del recuerdo y de la memoria y de todo aquello que por haberlo amado nos convertimos en esclavos emocionales de sus brasas.

Unas veces la imagen visionaria del amor como algo pasajero en un futuro cercano; otras la compañía doméstica que conduce hacia el autoconocimiento sin olvidar aquél que aporta un brillo nuevo al mundo, o el amor como deseo... remiten a una experiencia no por cotidiana conocida. Uno de los rasgos que caracterizan a la literatura en general es su infinita capacidad para reconstruir la realidad, para doblegarla y revivirla, deshaciendo cuando así lo precisa los límites entre aquella y la ficción. Pero en este poemario todo surge con la naturalidad del acontecer diario sin necesidad de poner un pie fuera de lo que la vida misma ofrece.

Todo un juego de voces narrativas se dan cita destacando aquellos poemas ("Se sentará a tu lado") en los que se adopta el punto de vista femenino; desdoblamientos del yo tan del gusto de Antonio Aguilar que ya nos los brindó en libros como El otoño encarnado de Ives de la Roca. El poeta -Penélope moderno, también ansioso y desdichado- respira en la expectativa de un regreso soñado.

 Despunta como uno de sus baluartes la metaliteratura cuando el autor refiere su propio ejercicio literario y el tiempo de la escritura fluye sincero junto al tiempo de la historia. En "La canción de Orfeo", por ejemplo, una vez más, los roles de género están intercambiados. Es entonces la poesía un ejercicio de memoria más que de recuperar lo perdido sin tocar los bordes de la retórica del dolor a pesar de sentir el fondo de un pozo oscuro que se antoja además cenagoso.

A lo largo del libro destaca la habilidad del autor en el manejo de personajes clásicos pero con una impronta personal haciendo convivir nombres a los que encuentra parentesco en la sociedad del siglo XXI difuminando la frontera que para algunos supone la literatura en su relación con la vida real. Experiencia lectora heredada, vivencia propia expresada y sentir compartido. Su apego a la tradición como a los mitos conduce a callejones con múltiples salidas; una de ellas, la que une literatura y realidad, la que confía en el carácter dinámico de la tradición, que hace creíble los dones y miserias de dioses antiguos en unos tiempos modernos donde tanto se prodiga la exhibición del ego.

La noche del incendio es un diario de un viaje; de un viaje de retorno en el que la experiencia de la soledad le ha servido al poeta para sensibilizar la verdad más cotidiana en un diálogo y reelaboración personal de los clásicos.

Observador atento, casi noctámbulo, al acecho de los gestos mínimos cuando goza de la compañía, o desde la oscuridad de una casa apagada envuelta siempre por un componente órfico. El poeta entra y sale de la luz como de las sombras, de la noche como de las tinieblas; incluso los silencios le permiten ejercitar esa querencia natural al símbolo y a la metáfora.

Si en la segunda parte continúa la complicidad del deseo, el frío punzante de la ausencia, distinto talante muestra la siguiente sección que incluye poemas de corte más narrativo. Entre la compañía del hijo, los viajes, hay también un hueco para la metaliteratura ("El deseo"). Se materializa el regreso de un viaje exterior como espiritual; un itinerario que no ha transcurrido en balde ("frente a la imagen de ese yo / que apenas reconozco").

En ese regreso, los espacios sí son los mismos, no así las personas que pulsan su aire. Los objetos y los tiempos del día muestran como alimañas sus elementos ofensivos ("y está bien que la noche / sea distinta del día, / otro animal, otras sus garras, otro el sueño") en un escenario, a veces emocionalmente laberíntico, que lo constituye sobre todo la imagen y símbolo de un hogar que desvela la figura femenina, los rincones llenos por la presencia y las huellas imborrables cuando es ausencia.

 La poesía de Antonio Aguilar se nutre de elementos y tópicos clásicos. Su genuina asimilación de la tradición se deja ver en alusiones al inframundo griego ("Descenso", "Canción de Hades"), a Apolo ("Sábado"), Dafne... Pero de entre todas las referencias mitológicas la más reincidente la constituye la de Orfeo. Además de "La canción de Orfeo" y "Descenso", son varias las ocasiones en las que nos topamos con la imagen inquietante del hombre que cruza las sombras unido al canto de Orfeo: "la forma en que te adentras en el bosque" (pág. 18 ), "Al final del pasillo / alguien cantaba" (pág. 23), "si vienes desde el fondo del pasillo / y no es tarde y te metes en la cama" (pág. 41), etc.

 Entre la amplia gama de recursos literarios, destacan sobre todo los de repetición (enumeraciones, anáforas, aliteraciones, paralelismos...) por la insistencia en imágenes y sentimientos, sensaciones y recuerdos. Junto a ésta, la antítesis por lo que aporta de confusión y convivencia de sentidos contrarios (luz-sombra, noche-sol): "Leo el poema en la espesura de la noche blanca / [...] la blancura de la noche" (pág. 38).

Aunque el lector halle algún ejemplo de animalización ("Esta maña-na / que cabe entre las manos ahuecadas / de frío y de pereza, / como un pájaro con las alas ateridas", pág. 33; "el bufido / sordo de la pereza", pág. 60), son las personificaciones ("El frío tiene estrellas / y manos firmes de maestro", pág. 49; "Las buganvillas sueñan con el cielo / de un parral infinito", pág. 63; "Estoy solo, la casa / respira lenta-mente", pág. 67) las que matizan ese sentimiento superior de complicidad con la naturaleza: "Sientes el don, / el lazo indisoluble con el mundo" (pág. 57). A pesar de ser el suyo un léxico sencillo, lejos del estilismo manido, las palabras por su asociación quedan envueltas en un espacio invisible de armónica resonancia.

 En muchas ocasiones, se ha repetido que el escritor al publicar salva su nombre del completo olvido, pero con él también las experiencias que entonces ha encumbrado. Y en esta tesitura, el elemento que pare-ce más convencional es la realidad frente al poder sugestivo creativo y creador del autor. En La noche del incendio, la literatura se vislumbra más como un lugar en donde la vida no busca tanto un refugio como ser un espejo donde hallar su reflejo.

 JOSÉ LUIS ABRAHAM LÓPEZ
IES "Diego de Siloé"